domingo, 22 de mayo de 2016

De cambios y bombazos

¡Madre mía del amor hermoso! ¡Tres mesazos sin escribir! Alguno pensará que el blog nació con los días contados debido a mi tendencia a la discontinuidad, pero no. Aquí estoy de nuevo, y precisamente con explicaciones a este largo lapsus sin noticias. Ahí van:

Me gustan los cambios. Los cambios hacen que la rutina se altere, que te ilusiones con algo; te hacen mover el culo, asumir nuevos retos, replantearte tus límites, te hacen salir de la zona de confort. Eso, los buenos, por supuesto; a nadie le gustan los cambios malos (una enfermedad, una tragedia repentina), pero por extraño que parezca estos también te hacen aprender y madurar, y por malo que sea ese cambio siempre se puede sacar algo positivo, una lección, una enseñanza. Pero centrémonos en los buenos. Yo, hace unos meses, andaba un poco ñiñiñi, un poco desganada, un poco aburrida: tenía una vida demasiado estable. Si, eso que todo Dios busca a través de una plaza de funcionario y una hipoteca a 40 años; eso que a mi me espanta. Yo es que soy de moverme por objetivos y de aburrirme rápido, mi atención es un poco difusa y me puede la impaciencia. En parte por ese aburrimiento me propuse lo de escribir el blog: ya que la pila de ropa para planchar que se acumula desde hace años meses en mi casa no me motiva lo suficiente, introduje la novedad y la ilusión de escribir gilipolleces periódicamente y que otros se rieran a mi costa. 

Quería un cambio, decía. ¿Que quieres caldo? Haz como Obelix y cáete en la marmita. En tres semanas, coincidiendo con el 23-F, mi vida sufrió un golpe de estado... en este caso civil. O sea, que me caso. Si, tía, es superfuerte, o sea. Resulta que Mi Tiramisú tiró de tarjeta y de huevos (hay que tenerlos para decidir hacer esto con alguien como yo) y me pidió que me casara con él. Y yo, claro, moqueando como una condenada, le dije que sí. ¿A que es, o sea, super bonito?

Las tres semanas siguientes me las pasé entre esto:


y esto


Pero aquí no acaba la cosa, corazones. ¡Ja! Viene la segunda parte, que en este caso es mejor que la primera. El bombazo. Literal. Me han hecho un bombo. Estoy preñada. En estado de buena esperanza. Encinta. E-M-B-A-R-A-Z-A-D-A. Say Yay, que cantaba Barei en Eurovisión. Mi Predictor también lo dijo. YES+. Sin duda. Y por eso mi foto de perfil en Facebook estos meses ha sido la siguiente:


Después del acojono inicial, de pasar de pensar en la boda (que planeábamos celebrar este otoño pero obviamente se pospone un año) a pensar en pañales, nombres y visitas al ginecólogo, la cosa se ha estabilizado y puedo mirar las cosas con perspectiva. Es por esto que voy a abordar el tema del embarazo desde mi muy personal punto de vista, sobre todo incidiendo en esas cosas que por mucho que leas y que te cuenten no las sabes hasta que no pasan dentro de ti:

Embarazo: parte I

Por una parte, están las reflexiones sobre las cosas que siempre has oído:

- Naúseas matutinas: Llamadas así porque son las primeras en darte los buenos días, porque las hijas de p... no se limitan a acompañarte sólo por la mañana, no. Conmigo han estado algo así como mes y medio 24h non stop. Han sido como el Rexona, que no te abandona. Me he pasado un mes de baja vomitando por las esquinas, aborreciendo las vainas, compadeciéndome de mi misma y mandándole a mi prometido (oh, que cuqui) a que me comprara bollos suizos. Lo que enlaza con la siguiente:

- Antojos: bollos suizos, aceitunas con anchoa, pistachos, Kas de limón. Incluso el otro día, a las 8:20 de la mañana, me entró ganas de comer morcilla frita. Qué cosas, oye.

- Las felicitaciones y los tópicos: que sí, se agradecen, pero, en serio, cada embarazo y cada embarazada es un mundo, y yo, precisamente, muy buen embarazo no estoy teniendo. Además de las náuseas y los vómitos extremos, mi migraña se ha acentuado a partir del tercer mes y ando arrastrándome de lo agotada que me siento. Duermo fatal, sueño cosas malas y mis piernas son como patas de elefante. Además, yo que había invertido tiempo y dinero hará un par de años en dejar de ser la prima de Chewaka gracias a la depilación láser, he comprobado como una fina pelusilla empieza a invadir mi cuerpo, y no hace ni puñetera gracia, oye. Así que al próximo que me suelte eso de "disfruta de tu embarazo", le voy a soltar un pedo de embarazada, a ver si lo disfruta él igual. Lo que me lleva a...

- Gases: Chernobyl. Fukushima. Lo primero que hago por la mañana, antes incluso de abrir los ojos, es eructar. Y ya, como con las Pringles: cuando haces pop, ya no hay stop. Doy verdadero asco.


Luego hay cosas buenas:

- Ya no limpio las cacas de la gata, por eso de la toxoplasmosis. Minipunto para el bombo.

- Aprovecho para ejercer mi derecho de sentarme en los asientos bajitos del autobús, y lo que es mejor, hago que en un autobús abarrotado alguien que iba cómodamente sentado tenga que cederme su sitio sin decir ni mu. Jodéos, no gestantes.

- Aunque estoy en ese delicado momento en que no se sabe bien si estoy embarazada o simplemente gorda, puedo sacar tripa relajadamente y nadie me mirará mal. Ja.

Por último, hay un par de cosas curiosas que nunca habría pensado antes:

- Es mucho más fácil contar el embarazo en semanas que en meses. Fue de lo primero que le dije a la matrona en la primera consulta: qué manías tenéis con contar estas cosas en semanas, a mi no me da la cabeza. Y ella me dijo que en cuanto empezara ya no podría dejar de hacerlo. Cabrona, tenía razón. Estoy de 15+5 y tengo que pensarme cuantos meses son eso.

- Lo siguiente creo que es algo cultural en lo que no me había fijado, y que ahora me resulta inapropiado: todos los españoles a quien se lo he contado me han preguntado con recelo, antes de darme la enhorabuena, si era buscado o no. A ver. si te cuento que estoy preñada es que, haya sido de la forma que sea, es que lo voy a tener, ¿qué más te dará lo demás? Y digo que es cultural, porque ningún italiano con el que lo he hablado lo ha hecho. Curiosidades.

Bueno, a pesar de ser EL notición, intentaré no ser la típica preñada pesada que sólo habla de su bombo. Eso sí, desde el primer segundo en que supe que iba a ser mamá, sólo me imagino la llegada de mi futur@ hij@ de la siguiente forma:


Espero que se os atragante el bocata de chorizo que yo no me puedo comer... ¡Hasta la próxima, corazones!












viernes, 19 de febrero de 2016

Kilos

Estoy gorda. Desde agosto hasta ahora me he echado 10 kilos encima. Peso 70 puñeteros kilos, mi máximo histórico, lo que para alguien que no llega al metro sesenta es un mogollón. Soy una pequeña foca. Mis huesos están recubiertos de una grasa blandita que se fundiría al horno dando un sabor exquisito a mis carnes si una banda de caníbales decidiera hacer de mí su cena. ¿Me gusta estar gorda? No. Pero ADORO comer. No puedo remediarlo. Muchas horas del día las paso pensando en qué comer, o leyendo sobre comida, o hablando sobre comida, o comiendo. Es un vicio. Es una condena. Pero me encanta.

Pero recapitulemos. ¿Ha sido siempre así? Pues sí y no. La verdad es que de niña era bastante mala comedora. En casa mi madre siempre ha cocinado limpio, sin grasitas, sin venitas, sin pieles y cochinadas de esas, por lo que cada pequeña ternilla, tendoncillo, grasa olvidada al limpiar la carne era motivo de cara de asco y disección. Comía casi de todo lo normal, sí, pero siendo muy quisquillosa; y por supuesto, nada de viricas, callos, grasas, coles de bruselas y mierdas parecidas. Ascazo y náusea. A pesar de todo esto, estaba redooonda como un balón. Hay una foto memorable de los carnavales de mis seis años en los que yo iba disfrazada de una especie de vampiresa improvisada con un traje hippie de terciopelos y tules negros de mi señora madre (hippie). No sé qué da más miedo, si las dimensiones, el disfraz en sí o el inequívoco toque ochentero en el tocado de la cabeza. Juzguen ustedes:


Esto sí que da miedo y no Crepúsculo
No me gusta el deporte. Nunca he hecho deporte. Bueno, casi nunca. Lo más cerca que he estado es de los cuatro a los siete años que hice algo que pretendía parecerse a la gimnasia rítmica, y lo máximo que conseguí fue hacer la croqueta, algo que debido a mi redondez se me daba francamente bien. En el instituto la cosa cambió: crecí, me desarrollé y eché cadera, no tanto carne sino hueso, con lo que comprar pantalones siempre ha sido complicado. Ya en la uni algo debí tomar en un jueves universitario vitoriano que me dio por el aeróbic y la sala de maquinas del gimnasio municipal, y, la verdad, estaba para mojar pan. Pero en aquella época conocí a mi ahora ex, y como ya no estaba en el mercado, dejé el ejercicio y me descuidé, a la vez que mi paladar se desarrolló, mi mano en la cocina también, y comencé con mi mayor vicio conocido: comer. Y comí. Y engordé. No muchísimo, pero lo suficiente para que fuera un problema. Por supuesto, no me gustaba estar gorda, por mí, por la persona que tenía al lado, por no encontrar ropa que me quedara bien, por la eterna comparación con las chicas delgadas a las que cualquier cosa les quedaba bien, etc. Por todas esas cosas que las entradas en carnes saben perfectamente. Probé dietas, intenté comer equilibrado, pero ningún intento llegó a buen puerto. La historia de las dietas y yo se puede resumir en la siguiente frase de El diario de Bridget Jones: "Me doy cuenta de que encontrar una dieta que vaya con lo que te apetece comer se ha convertido en algo demasiado fácil, y que las dietas no están ahí para ser cogidas y mezcladas, sino para ser cogidas y mantenidas, que es exactamente lo que tengo que empezar a hacer en cuanto me haya comido este cruasán de chocolate". Pues eso.

Años después descubrí que tenía un problema con la comida. No, no os vayáis a equivocar: nunca he sufrido un trastorno alimenticio tipo anorexia o bulimia, gracias al cielo. Solo que la usaba, y la uso, como una espada de doble filo: cuando algo me va bien, lo celebro con comida, pero también como cuando me quiero castigar por algo. Lo malo es que esto último ha sido bastante habitual en mi vida (ese es un tema que tocaré en otra ocasión); lo bueno, que una vez identificado el problema es más fácil controlarlo. Yo, que he fumado moderadamente y nunca he estado enganchada, y que mi relación con las drogas se limita a unos pocos porros en mis veintimuchos, puedo decir que, si a algo me puedo considerar adicta, es a la comida. A ver si os suena: el subidón de cuando comes algo rico, el bajón de cuando tienes el mono de hidratos de carbono, el ansia del desenganche cuando haces dieta. Seguro que muchos me entienden.

¿Y qué pasa hoy en día? Pues que lo llevo más o menos bien. ¿Me molesta estar gorda? Si. ¿Soy infeliz por ello? Ni de coña. Porque ya no me castigo (casi) y solo disfruto de comer. Porque me voy quitando la maldita presión social de que las mujeres estamos más guapas cuanto más delgadas. No señores, yo tengo carnes, tengo curvas, tengo mollas. Podría tener menos, pero el caso es que me quiero y me quieren con o sin ellas. Y como he dicho al principio, adoro comer. Adoro compartir felicidad alrededor de una comida. Adoro el pan y la Nutella. Yo no veo porno, veo programas de cocina. Estoy gorda y soy una gorda mental. ¿Y qué?

Para terminar, y por si quedaba alguna duda, os dejo con un fragmento de la peli Come, reza, ama. No, no es la mejor peli del mundo. Pero para mí es una inspiración. Y además hay pizza.



Me voy a preparar para irme de cena con C., mi Muy Mejor Amiga. ¡Hoy toca brownie de postre! ¡Hasta la próxima, corazones!


domingo, 31 de enero de 2016

Presentación

¡Hola! ¡Bienvenido! Esto también es nuevo para mí, así que mejor que conocernos un poco en esta primera entrada del blog, ¿no?

¿Quien soy?

Me llamo Rai. Rai de Raisa. Si, un nombre raro. Sí, es ruso. No, no soy rusa. Si, ya sé que parezco rusa. Esas son las cuatro respuestas que doy S-I-E-M-P-R-E cuando me toca presentarme. La realidad es que nací en Donosti, donde también trabajo, aunque vivo y me considero de Pasaia. Todo esto está en Gipuzkoa, para quien ande flojo de Geografía. He pasado de los 30. Estudié Historia del Arte pero me he reinventado como chica-recibe-turistas y fregona profesional: trabajo en una pensión en la Bella Easo. Y me gusta. Y lo hago muy bien. Sí, tengo abuelas, pero no me hacen falta para estar orgullosa de hacer bien mi trabajo. También tengo un novio italiano, en adelante “Mi Tiramisú”, con quien vivo y a quien quiero una barbaridad. Es mi compañero de vida y aventuras desde hace más de tres años. Y me hace feliz. Con nosotros vive una gata, Sua, que cada día está más gorda porque solo come y duerme. La buena vida, ella sí que sabe. Tengo una hermana, en adelante “My Big Little Sister”, y un sobrino que me tiene loca y con la baba en el tobillo. También tengo una amiga, en adelante “C., mi Muy Mejor Amiga”, igual que llamaba Forrest Gump a su amiga Jenny. Os cuento todo esto para que os suenen, porque aparecerán en futuros posts SEGURO.


Me gusta la música rock. Me gusta leer, aunque no lo hago lo suficiente. Me gusta comer. Mucho. Quiero decir, me gusta mucho comer, y me gusta comer mucho. Estoy un poco gorda. Pero es que la comida está muy buena. Me gusta reírme y que la gente se ría, aunque aún no diferencio si se ríen de mí o conmigo, pero no será un problema mientras yo también lo haga (consuelo de tontos). Me declaro fan de Bridget Jones, Ángel Sanchidrián, La Vecina Rubia y el humor absurdo de Joaquín Reyes: su interpretación de Robert Smith en Muchachada Nui es una de las obras maestras audiovisuales de la post modernidad

 
Ahí va un poco de mí. Ya se irá descubriendo el resto.;)

¿Quién es La Catrana?

Buena pregunta que merece una historia. En el pueblo de mi abuelo, cuando él era pequeño, había un tipo al que le gustaban mucho los caracoles, a los que él, que era andaluz de no se sabe dónde, llamaba catranes. Así que, como en todo buen pueblo navarro poco dado a las finuras, le apodaron el Catrán. El tipo en cuestión tenía una mujer, que automáticamente pasó a llamarse la Catrana. Esta señora tenía la característica de no lavarse demasiado e ir bastante desastrosa vestida. Vamos, que era una marrana que se ponía trapos encima sin orden ni gusto. En mi familia esta imagen ha derivado en el adjetivo perfecto para esos momentos en los que estás tirado sin duchar o con capas de ropa de estar en casa un domingo a las 5 de la tarde: “¡Ánde vas así, que pareces la catrana!


Resulta que, investigando un poco, catrán en rumano significa alquitrán, algo que le va como anillo al dedo al personaje sucio de la infancia de mi abuelo. También, investigando otro poco, existe una tal familia Catrana italiana, casualmente en la ciudad de Mi Tiramisú; asi que, como las coincidencias están para quien quiere verlas, era el nombre perfecto para esta pequeña aventura del blog. La Catrana y Rai tienen en común la diarrea mental, el poco filtro a la hora de hablar y el me-importa-una-mierda si nuestras opiniones son políticamente incorrectas: a quien no le guste, que no lea.

¿Por qué un blog?

Y digo yo: ¿por qué no? La verdad es que así como siempre me ha gustado leer, siempre me ha gustado escribir, aunque nunca lo he hecho de forma continuada y sin que después de leer lo escrito no quisiera enterrar la cabeza bajo tierra de la vergüenza por las chorradas que puedo llegar a soltar. Tengo diarios de adolescente que merecen ser quemados, algo a lo que me resisto porque me provocan una extraña fascinación que me hace preguntarme hasta dónde llegaba mi gilipollez entonces (sigo siendo un poco gilipollas, pero afortunadamente es una enfermedad que va curándose con la edad).

A pesar de ello, el gusanillo de escribir siempre estaba por ahí, retorciéndose y arrastrándose y dando por culo de vez en cuando. La verdad es que escribir resulta liberador, y como tengo una opinión para casi todo y poco filtro, pues me he lanzado a ello. Además, me dicen que no lo hago tan mal, que la gente se echa unas risas con lo que leen. Mi madre, que es en parte culpable de todo esto porque ella me enseño a leer, me suele decir: “Pero qué bien escribes, jodía!”. Me lo tomo como un cumplido.

Luego está el tema del ego y del afán de protagonismo. Una compañera mía de trabajo me decía que la discreción es una gran virtud. Estoy de acuerdo con ella: es una virtud que yo no poseo. Me tiño de pelirroja, tengo ojazos azules y un cuerpo con más curvas que una carretera de montaña; además de que desde pequeña me he subido a escenarios y soy muy bocachancla. En resumen: no paso desapercibida. No es que adore ser el centro de atención, pero no le hago ascos a los halagos. Así que si esto sirve para alimentar mi autoestima, pues oye, bienvenido sea.

Pero sobre todo, de verdad de la buena, voy a escribir porque me da la gana. Porque quiero contar historias que me pasan. Porque quiero expresar mi opinión. Sobre actualidad. Sobre política. Sobre un restaurante que acabo de conocer. Sobre todo y sobre nada. Porque quiero hacer reír. Porque quiero aportar una sonrisa al mundo. Por la paz mundial. Por lo que sea. La Catrana os da la bienvenida. ¡Nos vemos en el próximo post!